domingo, 16 de mayo de 2010

CUCHO


Cucho tenía siete años y amaba el parque como si le perteneciera.

Se escondía entre los arbustos, les ponía nombre a las palomas, inventaba chistes en las esquinas junto a sus juguetes.

Y corría en la sala de su tía de lado a lado, pateando una pelota, dejando pasar el tiempo, esperando nada, solo reír.

Los domingos no le gustaban, olían a lunes y a colegio.

Era un aprendiz de la mañana y de la tarde, nunca le gustaron las fotos que le tomaban para el recuerdo. Para él, el recuerdo era pasajero, lleno de olvido y angustia. Huía a los brazos tentadores del pasado.

"todo esta bien", se repetía cada vez que el silencio, la brisa, el olor y ruido del rio paseaban juntos.

Con solo dormir en el patio fresco, escapaba de la pena si esta lo venía a buscar.

Dibujaba en la pared del mismo patio, con la clorofila su nombre, su equipo de fútbol, su protesta. De vez en cuando, dejaba escapar un corazón con el nombre de la niña más linda del colegio, aquella que alborotaba su respiración cuando pasaba cerca de él un lunes cualquiera. Y la veía de fiesta para un cumpleaños, acompañada de su madre: vestido amarillo, chompita blanca, la trenza más tierna y el castaño claro iluminado por sus ojos coquetos.

Cucho no pedía, recibía sin pedir, sin reclamar. Si había daño, el mismo lo intentaba reparar.

Tenía un manual en el alma que aprendió a leer con el tiempo.

En las noches, antes de dormir, las cortinas y las sombras lo amenazaban bajo la forma de señoras gordas. Por eso prefería tenerlas abiertas dejaba una rendija de aire en la ventana, así el aire entraba con facilidad y las estrellas, si es que se asomaban por el cielo nublado de julio de Chosica, le permitían construir un camino hacia la luna.

Cucho amaba el parque y era feliz.

Al menos, eso creía.

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